En Lambaré, mencionar a los Paniagua es abrir una vieja herida que nunca cicatriza. Jimy Paniagua, actual concejal, busca su “rekutú” en las próximas elecciones municipales, mientras la sombra de su padre, el tristemente célebre exdiputado Ángel Paniagua, sigue pesando sobre la política local.
Ambos, conocidos miembros de la Seccional 4, son recordados no precisamente por obras o gestiones ejemplares, sino por una historia salpicada de oportunismo político, enriquecimiento sospechoso y un descarado uso del dinero público.
Ángel Paniagua, quien entró al Congreso por el movimiento Añeteté, no tardó en cambiar de camiseta para sumarse a las filas de Honor Colorado. De funcionario aduanero en Ciudad del Este a “el millonario del barrio”, su ascenso económico ha sido tan meteórico como inexplicable. Y como manda la vieja escuela del clientelismo partidario, el legado no podía quedarse huérfano: su hijo Jimy fue el elegido para continuar con la tradición.
Quienes los conocen —vecinos, colegas concejales e incluso correligionarios— no escatiman en calificativos: “tramposo”, “traidor”, “mesquino”, “prepotente”, “rico pyahu”. Opiniones que, si se documentaran en su totalidad, no cabrían en un solo reportaje. El actual concejal, lejos de despegarse de estos adjetivos, los refuerza con su silencio ante las críticas y su apego al poder.
Hoy, Jimy acompaña de cerca —demasiado cerca, según muchos— a la precandidata Carolina González. Algunos ya lo apodan su guardaespaldas político, su sombra inseparable. Todo mientras cobra cerca de 30 millones de guaraníes al mes por una gestión de la que poco o nada se conoce. ¿Qué hizo por Lambaré? ¿Qué hace hoy?
En lugar de rendir cuentas, su transformación más notoria parece haber sido física: de estar “por reventar”, como dicen con sorna algunos ciudadanos, ahora se muestra casi en modo fitness. Aunque, según fuentes locales, ese cambio habría costado una pequeña fortuna. Pagada, claro, con dinero que —indirectamente— también sale del bolsillo del contribuyente.
La historia se repite: la política convertida en empresa familiar y Lambaré como botín. ¿Permitirá la ciudadanía que esta dinastía siga manejando la ciudad como su propiedad privada?